Plataformas de streaming, ¿democratización o destrucción del cine?

juli aiello netflix

Por Julie Aiello¹ 

Las plataformas de streaming se han constituido como uno de los principales canales de entretenimiento de los últimos 10 años. Con la televisión desplazada de los hogares y la institucionalización de internet, los servicios de streaming han tomado preponderancia a la hora del consumo de producciones audiovisuales.

Por supuesto que las redes sociales también son un vehículo clave para estos consumos pero, si hablamos de cine y series, las salas se han vaciado considerablemente, los videoclubes se han extinguido y son cada vez menos las personas que deciden pagar el servicio de televisión por cable. Vale aclarar que estas apreciaciones podemos hacerlas sobre todo entre las clases medias y altas de nuestro país, dado que el requisito mínimo para acceder a plataformas es tener una tarjeta de crédito.

Entonces, ¿qué ofrecen las plataformas que han logrado desplazar a medios tradicionales y han captado a millones de espectadores? Las respuestas son varias y una de las principales es la accesibilidad. Por un precio razonable, las personas pueden acceder a miles de propuestas de series, películas y documentales que están pensadas para agradar a la mayor cantidad de público: algunos títulos de cine clásico para el más curioso, títulos infantiles para que los niños reproduzcan una y otra vez, estrenos exclusivos, películas que pasaron por los cines recientemente y más.

Otra de las “virtudes” de las plataformas de streaming es que el suscriptor tiene la ilusión de tomar todas las decisiones: desde la cantidad de capítulos que consume de una serie hasta la posibilidad de convertir un film en una serie frenándolo y viéndolo en partes. Además, las contingencias del momento suelen sobreponerse al visionado: ir al baño, ver el celular, buscar algo para comer, recostarse, quedarse dormido y más actividades que se dan en la intimidad del hogar.  

Sin embargo, hablamos de “ilusión” porque hay muchas decisiones que no estamos tomando como espectadores y nuestro gusto cinematográfico está cada vez más estandarizado. Los porcentajes que nos ofrecen para hacernos creer que ese algoritmo realmente nos conoce, están atados a campañas de marketing en torno a los films y series que deben estar en primera plana. Por supuesto que esto también sucede en las propias salas de cine y también sucedía en los videoclubes, pero “esta película es 99% para ti” propone la creencia de que esa plataforma conoce nuestros gustos -una aseveración digna de Black Mirror-.

La contracara de estas propuestas es que los espectadores suelen pasar horas navegando entre la sobrepoblación de contenidos, muchas veces sin llegar a elegir nada; y muchas de las veces en las que eligen se sienten frustrados por haber visto un contenido ya digerido, similar al de la comida congelada y ultraprocesada que encontramos en los freezers de los supermercados. Por otro lado, la experiencia el visionado está en parte dominada por el espectador y esto implica una idea que podríamos encontrar en cualquier historia de ciencia ficción: la posibilidad de intervenir una obra de arte que nos ha sido entregada para consumir de otro modo… la verdadera expresión de la posmodernidad. “La película me dejó tan angustiada que cuando la terminé vi nuevamente el comienzo para no sentirme tan mal”, me dijo días atrás una amiga. Así, el impacto emocional de dicha película, queda disuelto en la posibilidad de modificar la experiencia.

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Entre las transformaciones negativas que registra la proliferación de plataformas es el vaciamiento de las salas de cine y la estandarización de nuestro gusto. Mientras muchas personas eligen la comodidad del hogar, la experiencia del convivio dentro del cine queda a la deriva y -pueden comprobarlo con sus amistades- todos terminamos viendo y hablando de lo mismo, a pesar de que la plataforma nos aseguró que ese film estaba pensado para nosotros.

El origen del séptimo arte comprende el consumo popular del arte: el encuentro con otro desconocido, la experiencia de compartir emociones, incomodidades y apostar a la actitud contemplativa del espectador. En detrimento de las creaciones de directores y directoras, las películas se adaptan al formato de pantallas de televisores, tablets, computadores y hasta celulares, dejando de lado que esos films fueron creados para las dimensiones específicas de pantallas de cine y sus respectivos sistemas de sonido. No se trata de un fundamentalismo, sino de la conservación tanto de prácticas socio culturales como de respeto a la obra.

La experiencia de la sala de cine es indudablemente irremplazable y los estudios cinematográficos apuntan cada vez más a reforzar esta idea. Una prueba de ello fue el fenómeno de taquilla de 2023 que representó el estreno simultáneo de Barbie y Oppenheimer. El evento cinematográfico impulsado por internet que fue conocido como “Barbenheimer” llevó a los espectadores de vuelta a las salas y devolvió el sentido de pertenencia mientras los espectadores se posicionaron en apoyo a uno u otro film, llevaron vestuarios temáticos para asistir al cine y crearon una experiencia similar a la de los fenómenos cinematográficos de la década del ’80. La nueva apuesta de Marvel, Deadpool y Wolverine también se presentó como un rescate de las viejas tradiciones del cine y así consiguió ser la película con una calificación R más taquillera de la historia.

Volver al cine es, actualmente, un acto de resistencia. En lo que respecta a la cinematografía nacional, también es un acto de apoyo dada la coyuntura. Podemos aprovechar y gozar de las comodidades que las plataformas nos otorgan aunque no caer en la trampa de que estamos viviendo dentro de la Biblioteca de Babel ni de que somos los artífices de nuestras decisiones; de hecho estamos cada vez más igual a nuestros pares y a los que los medios de comunicación ponderan. Solo basta sentarse en la butaca de una sala a oscuras con desconocidos que nos rodean para recordar que las películas fueron hechas para verse de esa manera y que pagar esa entrada sí es nuestra decisión. Podrá sonar romántico y anacrónico, pero el propio cine y literatura de ciencia ficción nos han enseñado que no todo “progreso” tecnológico es sinónimo de superioridad.

¹ Julie Aiello es Nacida en Villa María, Córdoba. Licenciada en Letras Modernas de la UNC, crítica de cine en el medio Indie Hoy desde 2010. En los últimos años ha cubierto importantes festivales de cine como BAFICI, Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, Sitges Film Festival (Catalunya), entre otros. Aiello es también cantante y compositora de rock con su actual proyecto solista, Julie Aiello.

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